Algo tiene Strange Mercy, hay algo que lo hace tremendamente interesante. Quizá sean esas canciones que tienen distorsión total y atmósferas angelicales intercaladas con guitarrazos y una voz verdaderamente dulce.
El trabajo de St. Vincent es peculiar. Sus canciones son claramente pop, y del bien hecho. No hay nada comparable con el hechizo que genera el escuchar el sencillo “Cruel”. Aunque también encontramos esa belleza en los detalles bizarros que son igualmente atrayentes, como esa loca idea que tengo sobre que al final de “Surgeon” parece que están cantando gallinas, o los que parecen discos rallados en “Northern Lights”, que a pesar de su peculiaridad, suenan bastante bien.
Cierta cosa parece mantener relevante a Annie Clark, algo muy de ajeno a su indiscutible belleza. A pesar de que en su tercer disco encontramos menos miel que en su antecesor Actor, sigue estando vigente ese contraste que la sigue haciendo tan encantadora. Como cuando en un platillo se mezclan dos sabores totalmente distintos; dulce y salado, amargo y ácido. Más aún, en esta diferencia lo que más resalta es el intento de St. Vincent por despedirse la delicadeza y la belleza; Strange Mercy podría llegar a describirse como el “disco guarro” de la cantante.
Tenemos pruebas suficientes para afirmar que St. Vincent hará algo en extremo interesante en un futuro. Solo esperen que la mujer encuentre el punto exacto de orientación en medio de tanta experimentación.
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